El último clásico del fútbol
chileno ha cumplido fielmente con la histórica tradición de ser un choque lleno
de emociones y polémicas, como si estos atenuantes fuesen factor obligado para
el desarrollo de un partido que a la larga es más que un simple partido.
Colo Colo ganó por 1 a 0 y al
final de cuentas es lo que importará. Pero los matices que nos entregó este pleito
sin duda que serán parte importante del imborrable anecdotario de estos encuentros.
Universidad de Chile salió desde
el primer minuto con un espíritu de combate muy elevado (el cual no se ha
reflejado en el resto del torneo), apretando a Colo Colo en la salida y demostrando que sí
puede desarrollar un juego agresivo y dinámico. Aunque la falta de gol le sigue
penando a la U. Si bien Pato Rubio es el goleador del torneo junto a Paredes,
cuando las cosas no le salen tampoco existe el salvavidas, un jugador que pueda
aportar tanto como él en la red. La cantidad de balones sobre el arco de Villar
fueron un fiel medidor de la impericia de los jugadores azules frente al arco.
Y desde el banco tampoco asoma solución. Romero pensó en algún momento que
llenando la cancha de delanteros lograría el tan ansiado empate, pero solo
logró enturbiar más el desarrollo futbolístico del equipo.
Colo Colo por su parte no lució.
La ausencia de Paredes es demasiado notoria en este equipo que sí ha encontrado
el equilibrio gracias a los 3 aportes que
llegaron en este torneo. Quizás, todos esperábamos ver el mismo equipo agresivo
y avasallador de los partidos anteriores, pero a favor de Tapia se puede
argumentar que esta vez y a falta de tan poco para alcanzar la gloria, prefirió
ser inteligente en vez de arriesgado. Esa misma variante táctica que usó
Mourinho en el Chelsea que lo llevó a ser campeón de la Champions y esa misma variante
táctica que nunca le vimos a Bielsa frente a Brasil y que nos llevó a ser
goleados siempre que enfrentamos al Scratch bajo el mando del Loco. Obviamente
no era lo que la galería quería ver, pero si fue una apuesta táctica que dio el
resultado esperado. Hoy el hincha albo está ad portas de un nuevo título y no
lamentando que en la puerta del horno se le está quemando el pan.
El autogolazo de Roberto Cereceda
nos transportó mágicamente al superclásico de octubre del 2011, cuando a un
minuto del final Osmar Molinas compró un pasaje sin regreso al destierro albo
tras protagonizar un autogol de tintes dramáticos. Aunque por las declaraciones posteriores al
partido ya sabemos que “el eléctrico” lo asumió bastante bien y con hidalguía.
Por lo demás la U no ha funcionado este año y el autogol está lejos de ser una
causa de este oscuro andamiaje.
Pero como sin clásico no hay
polémicas, éstas debían llegar tarde o temprano. Y más temprano que tarde
comenzaron a aparecer estas discutibles jugadas que fueron avaladas por un
deficiente arbitraje, señal clara de que el nivel nacional de los jueces de
negro es muy bajo.
Lo más notorio y comentado; el
penal y el gol anulado a Rubio. Si para definir ambas jugadas las medimos con
varas similares nos entregarán fácilmente una respuesta. Si consideramos que un
toque suave en el área no implica foul, entonces el toque de Flores no fue
penal pero el gol de Rubio si era válido. Ahora, si optamos por pensar que un
toque de esas características sí influye en el equilibrio de un jugador,
tenemos que el toque del delantero de Colo Colo sí originó penal, pero que el
gol de Rubio fue inválido por falta sobre Fierro. A punta de repeticiones, me
inclino más a validar esta segunda opción.
La expulsión de Baeza aun no
termina de convencer. Viendo la jugada detenidamente aún no aparece el foul
digno merecedor de tarjeta amarilla. Es más, la simpleza de la falta la
cataloga inmediatamente en la categoría de los 500 fouls que pasan sin pena ni
gloria en un partido.
Por lo demás, hubo faltas mucho
más graves que el juez estimó considerar de manera distinta. Recién comenzaba
el juego y el revolucionado Isaac Díaz, quien ya contaba con tarjeta amarilla, cometió
una segunda falta (patada por detrás a Julio Barroso) que perfectamente pudo
haberlo enviado a las duchas antes de tiempo.
Otro con las revoluciones a mil
fue Sebastián Martínez. Con un rodillazo en la espalda de Fierro y un codazo a
Flores pudo perfectamente transformarse de protagonista a espectador, aunque el
juez no lo vio de esa manera.
El patadón de Pajarito Valdés a Fernández
sin duda era para algo más que una simple amarilla, jugada que pasó
desapercibida por la batahola que armó posteriormente el Duende Lorenzetti.
Y para qué decir del infortunado
Cereceda, que se atrevió a agredir a Fierro sin balón, una actitud que pudo
traerle consecuencias nefastas y hubiesen terminado por redondear su magra
jornada.
Nota aparte merece la ordinaria
plancha de Ramón Fernández sobre Luis Pavez, un chico de 18 años y compañero de
profesión. Actitudes como las de “Don Ramón” (que de “Don” tuvo poco) escapan
al espíritu deportivo y solo pueden ser calificadas como una actitud grotesca y
digna de unas cuantas fechas de castigo. Ahora, si sumamos a ello el empujón
que le dio a Gamboa, de seguro tendrá harto tiempo de descanso de aquí al
regreso del mundial.
Y para cerrar, 2 broches de oro:
Jason Silva, jugador de escaza participación en el torneo, no encuentra mejor
manera de celebrar que pisoteando un lienzo del archirrival. Más allá de las
pasiones, está sumamente advertido en todos los estamentos que actitudes como
esas están penadas por incitar a la violencia. Entonces, y después de estos
abiertamente expuestos antecedentes, cabe preguntarse ¿qué parte de la historia
no entendió Silva? ¿Hay que dibujarle que una actitud así lo va a privar de
volver a ser considerado y su escaso aporte en el equipo se va a transformar en
nulo? A veces dos dedos de frente resultan escasos. Ahora, si esta actitud da
para pasar toda la noche en un calabozo y pasar a control detención al día
siguiente, hay que preguntárselo abiertamente a las autoridades de Estadio
Seguro, quienes se la juegan por esta detención mediática de un futbolista para
demostrar que su sistema sí funciona, pero que hacen la vista gorda con los
delincuentes que agreden a Carabineros en los estadios, que lanzan fuegos de
artificio en los partidos o que se dan el lujo de entrar a la cancha a agredir
a funcionarios de civil.
El último broche, cuando ya todos
esperábamos las declaraciones conciliadores y lejanas a la violencia, aparece
el “infaltable” Jhonny Herrera abriendo su poco afortunado ventilador y
tratando de “delincuente” a Jason Silva. En pocas palabras y como dijo alguna
vez un gran personaje, la paja en el ojo ajeno nos puede hacer ver mal…